El duelo es el proceso de ajuste emocional que aparece tras cualquier pérdida (pérdida de un empleo, pérdida de un ser querido, pérdida de una relación, etc.). Aunque tradicionalmente se ha enfocado la respuesta emocional de la pérdida, el duelo también tiene un componente físico, filosófico, cognitivo, y de la conducta que es importante en el comportamiento.
El duelo es la reacción de la psique ante la pérdida de una persona, animal o cosa significativa. Se trata de una reacción principalmente emocional y conductual en forma de sufrimiento y aflicción, cuando el vínculo afectivo se rompe. Al hablar de duelo nos solemos referir al proceso psicológico, pero no hay que olvidar los componentes fisiológicos y sociales. La intensidad y la duración de este proceso y de sus correlatos serán proporcionales al significado y la dimensión de la pérdida, así como del apoyo social que se tenga y del estado fisiológico de la persona que afronta el duelo...
Entendemos como elaboración del duelo la duración del proceso desde que la pérdida se produce hasta que se "supera". En el caso de que la pérdida se pueda prever con cierta antelación, esta elaboración puede comenzar antes de que la pérdida ocurra, dándose una elaboración previa o duelo anticipado. Relacionado con estos conceptos encontramos el pre-duelo, que no debe confundirse con un elaboración previa, más bien se trata de la vivencia por la que ya no encontramos en el ser querido a aquél que recordamos, no porque haya muerto, sino porque el proceso terminal lo hace diferente a como era antes. La pérdida de capacidades físicas y cognitivas que produce una enfermedad llevan a la desfiguración de las personas, a lo cual se une los medios de la persona afectada por el pre-duelo ante la, más o menos, inminente pérdida del ser querido; todos estos elementos confluyen para crear este estado o vivencia. Se trataría de un duelo no por quien ya no vive, sino por quien ya no es más como hace poco era (Navarro, 2006). Este sentimiento de pre-duelo puede devenir en duelo anticipatorio, de forma que la vivencia tras la muerte sea más o menos normalizada (Alizade, 1996).
La doctora Elisabeth Kubler-Ross (1926-2004) propuso un modelo de cinco fases en su libro "On death and dying", en las que se manifiesta el duelo, dichas fases son:
• Fase de Negación: La primera reacción de una persona que sufre una pérdida es levantar sus primeros mecanismos de defensa para postergar, aunque sea un poco, el impacto de la agresión que implica la noticia. Esta primera barrera defensiva lo lleva a decir y sentir: no quiero, no puede ser, debe de ser un error. La persona se convence de que ha habido una equivocación. Esta fase consiste en negarse a sí mismo o al entorno que ha ocurrido la pérdida.
• Fase de Enfado, indiferencia o ira: Cuando la persona ve por fin la realidad, intenta todavía rebelarse contra ella, y entonces sus preguntas y sentimientos cambian. Nacen otras preguntas: porque yo, porque ahora, no es justo, y aparece el enfado con la vida, con Dios y con el mundo. Y en realidad, lo que ocurre es que es necesario expresar la rabia para poder liberarse de ella.
Ante una pérdida, como ya hemos visto, necesitamos un tiempo para asimilarla, pero en los primeros momentos, cuando nos damos cuenta de que ésta ha ocurrido, las personas tenemos distintas reacciones. Dichas reacciones podemos dividirlas en dos grupos, unas "adaptativas" (las que nos ayuden a afrontar la pérdida y a avanzar, cada uno a su ritmo), y otras desadaptativas (las que, no solo no nos ayudan a interiorizarla, sino que nos impiden seguir adelante con nuestras vidas).
Dentro de las adaptativas tenemos:
• Negación: Es un mecanismo de defensa que consiste en el rechazo a admitir las malas noticias. Ayuda a reducir la ansiedad para poder ir asimilando poco a poco la situación. Se considera adaptativa siempre y cuando no sea crónica, lo que impediría a la persona ver la realidad.
Y entre las desadaptativas encontramos:
• Incredulidad: En un primer momento ayudaría a procesar las malas noticias, como en el caso de la negación. No obstante, al igual que éste, si se mantiene en el tiempo, puede interferir en el proceso de asimilación.
La manifestación externa del duelo es el luto, que es su expresión más o menos formalizada y cultural. El duelo psicológico tiene en el luto su correlato más social. Sin embargo, el duelo puede incluir tanto síntomas físicos como emocionales (algunos ya mencionados anteriormente) entre los que se incluyen: ira, ansiedad o ataques de pánico, miedo, culpa, soledad, tristeza, dolor de cabeza, hiperventilación, pérdida de apetito, insomnio, náuseas, cansancio…
Probablemente las personas comenzarán a sentirse mejor transcurridas las 6 u 8 semanas. El proceso completo puede durar entre 6 meses y 4 años. No obstante, cada persona es un mundo y necesita su propio tiempo. Si empiezan a aparecer problemas para manejar las emociones, es recomendable pedir ayuda. Entre las personas que pueden aportar dicha ayuda se incluyen los amigos, la familia, personas religiosas, psicólogos, grupos de apoyo y el médico de familia.
No hay que olvidar, por otro lado, que la duración del duelo tiene que ver con una decisión personal. Casi siempre hay momento en el proceso de duelo, y especialmente en terapia, en el que el paciente debe averiguar si quiere seguir estando en duelo o no. No está en nuestras manos decidir cuándo morirán nuestros seres queridos, pero sí lo está decidir si se pide ayuda o no, si se acude o no puntualmente a terapia, o qué hacer con las pertenencias de la persona fallecida. Este hecho, que la continuidad del duelo dependa de nuestra decisión, permite recobrar en cierta medida la sensación de control que se pierde con la muerte de un ser querido, porque el duelo está trufado de pequeñas y grandes decisiones, de cuyo resultado depende que el duelo progrese o se enquiste. Pero, aún existe una última cuestión, ¿termina alguna vez el duelo? Los ritos de paso, los funerales, los homenajes a los muertos y, en general, las celebraciones de todo tipo de sociedades y culturas apuntan en esa dirección. Las ceremonias, los símbolos de la muerte, simbolizan que el duelo empieza y termina. Un ejemplo de esto es la tradición del luto. Éste duraba un año a lo largo del cual la sociedad trataba con una delicadeza especial a la familia que lo vestía: se perdonaban o se aplazaban deudas, y la comunidad sabía que la familia necesitaba respeto y comprensión. Era una señal de tristeza, de pérdida. Pasado el año, la familia abandonaba el luto y, a partir de ese momento, la vida continuaba, al menos exteriormente.Ante una pérdida, resulta muy frecuente escuchar: "No te preocupes, el tiempo lo cura todo". Asimismo, también es frecuente encontrar a gente que, pasadas décadas desde la muerte de su ser querido, aún no ha elaborado su duelo.
Esto sucede porque no es el tiempo lo que disuelve el dolor de forma mágica, sino que es lo que uno haga con su tiempo lo que determina que un duelo se elabore sanamente o no. Lo único que hace el tiempo es poner distancia con el fallecimiento del ser querido. Sin embargo, abandonarse a la esperanza del paso del tiempo suele ser un recurso ineficaz y, en cualquier caso, es una actitud pasiva, propia de alguien que padece una situación, pero no puede hacerle frente.Alizade, A. M. (1996). Clínica con la muerte. Buenos Aires: Amorrortu.
Bayés, R. (2001). Psicología del sufrimiento y de la muerte. Barcelona: Martínez Roca.
Brent, M. R. (1981). An attributional analysis of Kübler-Ross’ model of dying. Harvard University.
Ferrero, J., Barreto, M. P., y Toledo, M. (1994). Mental adjustment to cáncer and quality of life in breast cáncer patients: an exploratory study. Psycho-Oncology, 3, 223-232.
Gómez Sancho, M. (2004). La pérdida de un ser querido. El duelo y el luto. Madrid: Arán ediciones.
Kubler-Ross, E. (1973). On death and dying. Nueva York: Routledge.
Kubler-Ross, E. (2005): On grief and grieving: finding the meaning of grief through the five stages of loss. Nueva York: Simon & Schuster.
Navarro, M. (2006). La muerte y el duelo como experiencia vital: acompañando el proceso de morir. Información psicológica (88).
Presto, T. A. (2002). Aprende a morir. Barcelona: Amat.
www. fundacionmlc.org